lunes, 26 de octubre de 2009

¡Fascistas! Por George Orwell

lunes, 26 de octubre de 2009 0
De todas las preguntas sin respuesta de nuestro tiempo, tal vez la más importante sea ésta: “¿Qué es el fascismo?”.
Una de las organizaciones de estudios sociales que hay en los Estados Unidos recientemente formuló esta pregunta a cien personas distintas, y encontró respuestas que iban desde “democracia en estado puro” a “lo diabólico en estado puro”. En Inglaterra, si se pide a una persona corriente, con capacidad de pensar, que defina el fascismo, por lo común responde señalando a los regímenes alemán e italiano. Y ésta es una respuesta insatisfactoria, porque incluso los principales Estados fascistas difieren entre sí en gran medida, tanto por estructura como por ideología.
Por ejemplo, no es fácil que Alemania y Japón encajen en un mismo marco, y es aún más difícil en el caso de algunos de los pequeños Estados que se pueden definir como fascistas. Suele darse por sentado, en efecto, que el fascismo es inherentemente belicoso, que prospera en un ambiente de histeria bélica, que sólo puede resolver sus problemas económicos mediante preparativos de guerra o mediante conquistas en el extranjero. Pero éste no es el caso, claramente, ni de Portugal ni de las diversas dictaduras sudamericanas. Asimismo, se supone que el antisemitismo es uno de los rasgos distintivos del fascismo, pero algunos movimientos fascistas no son antisemitas. Algunas polémicas eruditas, cuyo eco se escucha en las revistas norteamericanas desde hace muchísimos años, no han servido para precisar si el fascismo es o no una forma de capitalismo. Sin embargo, cuando aplicamos el término “fascismo” a Alemania, a Japón, a la Italia de Mussolini, sabemos, a grandes rasgos, a qué nos referimos. Es en la política interior donde la palabra ha perdido el último vestigio de significado que pudiera tener. Si se examina la prensa, se descubre que no hay, prácticamente, ningún conjunto de ciudadanos –ningún partido político, desde luego, y tampoco ninguna organización, de la clase que sea– que no haya sido denunciado por fascista a lo largo de los últimos diez años.
Aquí no me refiero al uso verbal del término “fascista”. Me refiero tan sólo a lo que he visto publicado. He visto las palabras “de simpatías fascistas”, o “de tendencia fascista”, o “fascista” a las claras, aplicadas con toda seriedad a los siguientes grupos:
Conservadores: todos los conservadores están sujetos a la acusación de ser subjetivamente profascistas. El gobierno británico en India y en las colonias se tiene por algo idéntico al nazismo. Las organizaciones de lo que cabría llamar tipo patriótico o tradicional se tildan de criptofascistas o de “mentalidad fascistoide”. Ejemplos de ello: los Boy Scouts, la Policía Metropolitana, el MI5, la Legión Británica. Frase clave: “Los colegios privados son caldo de cultivo del fascismo”.
Socialistas: los defensores del capitalismo a la antigua usanza defienden que el socialismo y el fascismo son una y la misma cosa. Algunos periodistas católicos sostienen que los socialistas han sido los principales colaboracionistas en los países ocupados por los nazis. La misma acusación se vierte, desde otro ángulo, por parte del Partido Comunista, en especial, durante sus fases ultraizquierdistas. Entre 1930 y 1935, el Daily Worker habitualmente se refería al Partido Laborista llamándolo Fascistas Laboristas. De ello se hacen eco otros extremistas de izquierda, como los anarquistas. Algunos nacionalistas indios consideran que los sindicatos británicos son organizaciones fascistas.
Comunistas: una escuela de pensamiento considerable se niega a reconocer que haya ninguna diferencia entre los regímenes nazi y soviético, y sostiene que todos los fascistas y todos los comunistas apuntan aproximadamente a lo mismo, y que incluso son, en cierta medida, las mismas personas. En el Times (antes de la guerra), más de un cabecilla se ha referido a la URSS como “país fascista”. Asimismo, desde otro ángulo también se hacen eco de esto los anarquistas y los trotskistas.
Trotskistas: los comunistas achacan a los trotskistas, esto es, a la propia organización de Trotsky, el ser un grupo de criptofascistas pagados por los nazis. Es algo que la izquierda, casi en bloque, creyó a pie juntillas durante el período del Frente Popular. En sus fases ultraderechistas, los comunistas tienden a aplicar esa misma acusación a todas las facciones que se hallen a la izquierda de ellos mismos.
Católicos: fuera de sus propias filas, a la Iglesia Católica se la tiene universalmente por organización protofascista, tanto objetiva como subjetivamente.
Antibelicistas: los pacifistas y otros grupos contrarios a la guerra son a menudo acusados de ponerle al Eje las cosas mucho más fáciles, e, incluso, se les adjudican sentimientos profascistas.
Partidarios de la guerra: los que se resisten a la guerra suelen fundamentar sus alegatos en que las aspiraciones del imperialismo británico son aun peores que las del nazismo, y tienden a tachar de “fascista” a todo el que sueñe con una victoria militar. Además, toda la izquierda tiende a equiparar militarismo con fascismo. Los soldados de a pie con cierta conciencia política casi siempre se refieren a sus superiores tachándolos de “fascistoides” o “fascistas por naturaleza”. Las academias, los escupitajos, el betún, el saludo a los oficiales son conductas consideradas propensas al fascismo. Antes de la guerra, sumarse a los territoriales era tenido como muestra de tendencias fascistas. El reclutamiento obligatorio y el ejército profesional son denunciados como fenómenos parafascistas.
Nacionalistas: el nacionalismo se considera de manera universal como algo inherentemente fascista, aunque esto sólo se aplica a movimientos nacionales que el orador desapruebe. El nacionalismo árabe, polaco, finlandés; el Partido del Congreso de la India, la Liga Musulmana, el sionismo y el IRA han sido descritos como movimientos fascistas, aunque no siempre por parte de ellos mismos.
Tal como se emplea, bien se ve que la palabra “fascismo” carece casi por completo de significado. En la conversación, claro está, se emplea con mayores desatinos que en letra impresa. La he oído aplicada a los agricultores, a los tenderos, al Crédito Social, al castigo físico, a la caza del zorro, a los toros, al Comité de 1922, al Comité de 1941, a Kipling, a Gandhi, a Chiang Kai-chek, a la homosexualidad, a los programas radiofónicos de Priestley, a los albergues de juventud, a la astrología, a las mujeres, a los perros y no sé a cuántas cosas más.
En todo este lío considerable subyace una suerte de significado oculto. Para empezar, está bien claro que hay diferencias grandes, algunas muy fáciles de señalar, aunque no tanto de explicar, entre los regímenes llamados fascistas y los democráticos. En segundo lugar, si “fascista” significa “en sintonía con Hitler”, algunas de las acusaciones que he enumerado antes tienen, naturalmente, mucha más justificación que otras. En tercer lugar, incluso aquellos que emplean como arma arrojadiza la palabra “fascista” sin ningún reparo, le dan un cierto sentido emocional. Al decir “fascismo” se refieren, grosso modo, a algo cruel, carente de escrúpulos, arrogante, oscurantista, antiliberal y contrario a la clase obrera.
Pero es que el fascismo también es un sistema político y económico. Así las cosas, ¿cómo es que no disponemos de una definición clara y ampliamente aceptada? Por desgracia, no la tendremos, o al menos, no de momento. Aclarar el porqué sería demasiado largo; esencialmente, se debe a que es imposible definir el fascismo satisfactoriamente sin reconocer cosas que ni los propios fascistas, ni los conservadores, ni los socialistas de ninguna adscripción están dispuestos a reconocer. Todo lo que se puede hacer es emplear la palabra con una cierta circunspección y no, como se suele hacer, rebajarla a nivel del insulto o de la palabra malsonante.

Esta reflexión sobre los usos de la palabra “fascista” fue publicada por Orwell el 24 de marzo de 1944 en su columna semanal del diario Tribune. Una selección de esas columnas, junto con sus recuerdos de la Guerra Civil, diarios de guerra, ensayos sobre la lengua inglesa y la unidad europea, entre otros temas, acaba de ser publicada por Fondo de Cultura Económica bajo el título Matar a un elefante y otros escritos.

miércoles, 25 de febrero de 2009

Nota de Interés (2)

miércoles, 25 de febrero de 2009 0

INNOVACIÓN Y UTOPÍA
Por Pablo Capanna


Entre los nuevos materiales que nos ha dado la nanotecnología, probablemente los más conocidos sean los fulerenos, gracias a los cuales un equipo inglés obtuvo un Premio Nobel en 1996. Sus moléculas están compuestas totalmente de carbono, pueden tener la forma tanto de una esfera hueca como de un tubo formado por anillos hexagonales y prometen una enorme gama de aplicaciones, que van desde la industria espacial hasta la medicina.

Los fulerenos esféricos se llaman buckyballs y los nanotubos, buckytubes, porque fueron descubiertos en 1985, dos años después de la muerte de Richard Buckminster Fuller, el arquitecto que se había hecho popular como Bucky. Su nombre completo es Buckminsterfullerene (C60).

A los fulerenos se les adjudicó ese nombre en homenaje a Fuller, porque sus moléculas tenían la misma estructura de las cúpulas geodésicas que lo habían hecho famoso. Si las cúpulas eran la mejor realización de la “integridad tensional”, Fuller había imaginado que el tetraedro podría ser el módulo esencial del universo, que debía estar en todas partes, desde los fotones hasta la doble hélice. Encontrarlo en una molécula fue toda una sorpresa. Pero no sólo se trata de moléculas. Los conceptos que introdujo Fuller están en boca de todos los políticos, desde la “sinergia” y el “desarrollo sustentable” hasta esa “nave espacial Tierra” que popularizó Adlai Stevenson. Más allá de sus especulaciones filosóficas y hasta de algún delirio tecnológico, hace tres o cuatro décadas Fuller decía cosas que no tendríamos que haber olvidado.

UN UTOPISTA PRÁCTICO
Bucky Fuller (1895-1983) fue el más famoso de los arquitectos norteamericanos, pero prefería presentarse como “generalista”, porque pensaba que la especialización era lo que había acabado con los dinosaurios. Ingeniero, filósofo, poeta, geómetra de estirpe pitagórica, acostumbró pensar siempre en términos globales. Quizá fue el último y el más talentoso de los tecnócratas; a la vez pragmático, megalómano, excéntrico, mesiánico, inconformista y a veces casi genial.

Su vida se ajusta tanto al paradigma del héroe norteamericano que a cualquiera le parecería propia de un guión de Hollywood. Es la historia del innovador solitario, el fracasado que nadie comprende aunque llega el momento en que la fama lo alcanza. Claro que esta vez funcionó.

Venía de una familia acaudalada y entre sus antepasados estaba Margaret Fuller, que fue amiga de Emerson y Thoreau. Dos veces echado de Harvard por frecuentar más los teatros de revista que las aulas, su formación intelectual fue bastante irregular. Se casó muy joven, trabajó como obrero de línea y operador de radio y tras llevar a la quiebra la empresa de construcciones de su suegro quedó en la miseria. Por aquel entonces vivía en un sórdido suburbio de Chicago y acababa de perder una hija. Se dio a la bebida y pensó en suicidarse, pero cuando estaba a punto de tirarse al lago Michigan, tuvo una suerte de visión mística que le dio la certeza de que el Universo era un “diseño”, una estructura racional de la cual él no tenía derecho a excluirse.

Estuvo en silencio un año entero; no habló con nadie, se dedicó a pensar, leyó a Gandhi y Leonardo y se convenció de que la vida era demasiado importante para ocuparla sólo en ganar dinero. Dejó de ser Clark Kent para convertirse en Superman el día que concibió las ideas centrales de esa geometría especulativa que luego llamaría “sinergética”.

Cuando volvió a hablar fue para ponerse a desarrollar una serie de inventos y diseños que inicialmente fueron recibidos con indiferencia o rechazados por su escasa rentabilidad, aunque todavía se los celebre. Durante años fueron considerados “diseños futuristas”, especialmente después de que el autor de la historieta Buck Rogers confesó haberlos imitado.

TODO DYMAXION
La mayoría de los diseños estaban destinados a la construcción y ostentaban la marca Dymaxion: “máxima tensión dinámica”. Fuller pensaba que la tecnología del bienestar (vivienda, sanitarios, esparcimientos) era la que menos había evolucionado en los últimos milenios. Se propuso llevar a la construcción la fabricación seriada de Henry Ford y, como Le Corbusier, pensó la vivienda como una “máquina de habitar”.

Su primera creación, la “4D-Dymaxion House”, fue una casa prefabricada. Era una especie de calesita suspendida de un mástil central, que contenía los servicios esenciales. Un dirigible la transportaba por aire y arrojando una bomba abría el pozo en el cual se plantaría el mástil. Una vez afirmado éste con cemento, la casa estaría lista para habitar, dejando el suelo libre como jardín. En caso de mudanza, otro dirigible la arrancaría y la instalaría en otra parte.

Entre los accesorios Dymaxion que concibió en los años ’30, había un sanitario neumático que compactaba los desechos para su industrialización, y una ducha “de niebla” que garantizaba higiene óptima con el mínimo consumo de agua. Otro sanitario, que producía biogás, fue muy bien recibido en la India.

En 1942 se metió con los automotores. Diseñó el “Omnitransport”, un ómnibus que era capaz de rodar, navegar y volar, y produjo el Dymaxion Car, un auto aerodinámico de tres ruedas pivotantes que estacionaba de costado y podía llevar hasta once pasajeros. La industria de Detroit no se interesó en él y cuando hizo una demostración para los británicos el conductor murió cuando el Dymaxion fue chocado por otro vehículo. Los diarios se ensañaron con el “auto futurista” y lo condenaron al olvido.

Los proyectos que hizo años más tarde eran todavía más ambiciosos, como Triton City, una ciudad flotante de módulos tetraédricos, u Old Man River’s City, una ciudad modular formada por terrazas circulares cubiertas por un domo geodésico. El primer acierto “práctico” de Fuller fue un diseño para depósitos de provisiones que usaron las fuerzas armadas en el Pacífico y el Golfo Pérsico. Por primera vez, la escasez de materiales y la necesidad de reducir costos de instalación venían a darle la razón. Este éxito le abrió el camino para su mayor logro, la “cúpula geodésica” de 1949. Fruto de especulaciones casi metafísicas sobre la “geometría de la energía”, esta cúpula demostró ser una estructura muy liviana, que se hacía más resistente cuanto más grande.

Fuller imaginó racimos de esferas agrupadas en torno de un centro y encontró que en lugar de una esfera más grande, el resultado era un poliedro de catorce caras, seis de ellas cuadradas y ocho triangulares. Toda la estructura podía reducirse a un conjunto de tetraedros entrelazados.

Una aplicación indirecta de este principio fue el “Mapa Dymaxion”, que obvia todas las deformaciones de los sistemas cartográficos conocidos y ofrece una representación más adecuada de la superficie terrestre. La divide en veinte triángulos esféricos equiláteros y los proyecta sobre un plano, logrando una fidelidad mayor que los sistemas usuales. El éxito de las cúpulas geodésicas llegó en 1952, cuando la Marina descubrió sus ventajas y comenzó a levantarlas en todo el mundo. Desde entonces se las ha construido de aluminio, plástico y hasta bambú y cartón impermeable, en lugares tan disímiles como Varsovia, Lima, Nueva Delhi, Casablanca y el Polo Sur.

Fuller llegó a concebir un enorme domo geodésico que cubriría la isla de Manhattan, para economizar energía y controlar el clima, y aseguró que podía hacerlo usando menos acero que un trasatlántico.

“EL GENIO AMIGO DEL PLANETA”
Gracias a las cúpulas geodésicas, Bucky fue honrado por Harvard y designado profesor en Carbondale. Allí se inició su última etapa, como pensador y gurú cultural. Escribió libros inclasificables como Nine Chains to the Moon (1963) y No More Secondhand God (1967), donde la geometría especulativa se mezclaba con la ingeniería y cierta “historia hipotética”, con ese peculiar estilo caótico y reiterativo que lo caracterizaba.

El Manual de instrucciones para el manejo del planeta Tierra (1969) se adelantó al ecologismo. Fue uno de los primeros en afirmar que las computadoras cambiarían al mundo.

En 1966 el equipo de la Universidad de Carbondale dirigido por Fuller produjo un informe destinado al presidente Johnson, que causó cierto revuelo. Hasta el fin de sus días, Fuller seguiría insistiendo en esas ideas: el escándalo de la escasez en un mundo que gasta fortunas en armamentos, la propuesta de un plan de desarrollo global para los países pobres y la utopía de un gobierno mundial federativo. Tres años más tarde fundó en Filadelfia el World Game Center, una consultora análoga al Instituto Hudson o al Club de Roma, que se proponía procesar toda la información disponible sobre recursos energéticos, tecnología y posibilidades de desarrollo para un mundo unificado.

Hace décadas, el World Game anunciaba que con la tecnología de entonces se podía alcanzar la prosperidad general. Proponía aplicar todos los recursos de la inteligencia para resolver el problema de la vivienda e interconectar las redes eléctricas de todos los países, para ofrecer un suministro de energía uniforme a todo el planeta. Fuller y su World Game sostenían que la escasez es una ilusión mantenida artificialmente para dividir al género humano. Malthus, Maquiavelo y la guerra estaban obsoletos. Había suficiente energía en los océanos y en la luz solar, y los recursos tecnológicos existentes alcanzaban para explotarla.

La contaminación no era otra cosa que energía bajo otras formas, que podía ser aprovechada. Solamente con el reciclaje de los metales actualmente en circulación en todo el planeta se podría prescindir de la minería, siempre que se recurriera a nuevas técnicas que procuraran el máximo rendimiento con los menores recursos (su famosa ephemeralisation), como las cúpulas geodésicas y las casas prefabricadas de plástico.

¿SE PUEDE?
Fuller amalgamaba temas de distinta procedencia en una síntesis personal. Por un lado, la vertiente tecnocrática de Howard Scott y su “política energética”. También se hacía eco del conductismo: “Tratemos de cambiar el entorno, no cambiar al hombre”. Por último, revelaba una preocupación ecológica totalmente inesperada en quien había sido apologista de Henry Ford. Ponía énfasis en las energías alternativas (apenas mencionaba la nuclear) y el reciclaje de los recursos.

Fuller era muy duro con las grandes corporaciones, que todavía no eran transnacionales. Aseguraba que habían evolucionado hacia un sistema de ficciones legales, basado en el comercio de tecnología, y administraban los recursos del planeta con fines puramente egoístas. Al parecer, el tiempo le dio la razón, y el calentamiento global es la mejor prueba. Sus últimos libros, calificados de “populistas” fueron Camino crítico (1981) y GRUNCH of Giants (1983): GRUNCH era una sigla que significaba “Producto Bruto Universal”. Para Fuller las multinacionales contaban con los recursos tecnológicos para llevar el mundo a la prosperidad general, y preferían mantenerlo en la miseria para cuidar los mezquinos intereses de sus accionistas.

Eran un poder bifronte: por una parte, “el epítome del egoísmo capitalista, y por otra los vehículos inadvertidos para la disolución de las fronteras políticas”. Fuller abogaba por la disolución de los Estados nacionales y la creación de una administración mundial, porque la Nave Espacial Tierra no podía ser conducida por ciento sesenta almirantes, los Estados soberanos, que malgastan la energía del planeta. Hoy los Estados están en eclipse y los verdaderos almirantes son muchos menos, pero las cosas andan peor.

Marshall MacLuhan lo había comparado con Leonardo Da Vinci. Poco antes de que muriera, Ronald Reagan lo condecoró con la Medalla de la Libertad, calificándolo como “un hombre del Renacimiento, una de las grandes mentes de nuestro tiempo”. Al día siguiente se presentó el libro GRUNCH, donde Bucky trataba a Reagan de títere de las multinacionales, pésimo actor e hipócrita. Cuando los periodistas se lo hicieron notar, respondió que la medalla se la había entregado el presidente de los Estados Unidos, no el señor Reagan, de quien tenía derecho a tener la peor opinión.

Hoy, sus cúpulas geodésicas se oxidan al sol, y las nuevas potencias económicas del Oriente levantan torres babélicas para concentrar el poder, mientras que los excluidos son cada vez más. Si a Fuller sólo se lo recuerda por los fulerenos, todavía no terminamos de entender qué pasó.

Extraído de: Periódico Página 12; Sábado, 6 de Septiembre de 2008
URL: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/futuro/13-1996-2008-09-06.html

domingo, 15 de febrero de 2009

Nota de Interés (1)

domingo, 15 de febrero de 2009 1


LOS PLANETAS DEMENTES DE LA CIENCIA FICCION: Delirios de grandeza
Por Pablo Capanna

Pese a todo lo que se ha escrito en torno a la globalización, no hay acuerdo en fijar el momento en que comenzó. Hay quienes la hacen arrancar de la crisi petrolera de 1973, pero otros la remontan al imperialismo europeo de comienzos del siglo XX, al descubrimiento de América y aún más lejos. En los años sesenta, ya había quienes hablaban de “planetización” pero no les creíamos, porque eso parecía apenas una metáfora de las comunicaciones. Hoy nadie duda de que el mundo se ha achicado. Especialmente cuando le toca sufrir las consecuencias de lo que decide un tipo de Frankfurt y ejecuta otro en Kuala Lumpur. Es entonces cuando el último orejón del tarro global le comunica a uno que ha dejado de ser rentable.

Pero si hay algo que está un poco más claro es la manera en que ha cambiado la forma de imaginar la concentración del poder mundial. En pocas décadas, hemos aprendido a dejar de pensar el orden global como un imperio centralizado o una inmensa pirámide burocrática, para comenzar a verlo como una red de mallas elásticas y dispares, más cerca del estilo de Toni Negri que del de Felipe II.

La trama del poder está hoy mucho más concentrada que hace medio siglo, pero no es fácil señalar alguna Roma que sea la cabeza del imperio. Aquel que atacó a las Torres Gemelas quiso cortar la cabeza de un organismo que tenía más ganglios que cerebro y sólo logró exacerbar sus temibles reflejos.

No hace más de medio siglo que Isaac Asimov imaginó la monstruosa capital de uno de esos absurdos imperios galácticos con los que entonces soñaban los escritores de ciencia ficción. En Fundación e Imperio (1952) describía así a Trantor, el corazón del poder:
“Era más que un planeta: era el latido hirviente de un Imperio de veinte millones de sistemas estelares. Tenía sólo una función: la administración; un propósito: el gobierno; y un producto: la ley. Lo habitaban cuarenta mil millones de seres humanos, alimentados por la producción de veinte mundos. No había seres vivientes en su superficie (...) ni hierba, ni suelo, ni agua. El lustroso, indestructible, incorruptible metal que formaba la ininterrumpida superficie del planeta era el cimiento de las enormes estructuras metálicas que formaban el laberinto exterior, conectadas por túneles y corredores, perforadas de oficinas y centros comerciales que cubrían kilómetros cuadrados.”

Se podía dar la vuelta a Trantor sin abandonar nunca ese continuo de edificios. Trantor era el prototipo de esas fantasías nacidas de la ciencia ficción cuyas mutaciones acabaron por invadir el mundo. A la generación que vino después le resultaría más fácil pensar en el planeta imperial de La guerra de las galaxias.
No hay que olvidar que en la construcción de estas fantasías megalomaníacas los hombres de ciencia interactuaron con los escritores, al punto que es difícil distinguir cuándo la especulación comenzó a ser vista como realizable. Se trata de una frontera móvil, ya que la gran mayoría de los proyectos no están al alcance de la tecnología actual, y deberán esperar siglos o milenios quizás. La gran pregunta es: ¿qué necesidad satisfacen estos sueños de omnipotencia para que sigan reapareciendo una y otra vez, a pesar de que nuestros problemas están lejos de resolverse?

CIUDADES UTOPICAS
Cuando las obras, reales o imaginarias, exceden cierta escala de magnitud, son conocidas como “megaestructuras”. No son una novedad: algunas pertenecen al pasado remoto, como las Pirámides y la Gran Muralla China.

En cierto modo, el concepto es una extrapolación de los grandes proyectos urbanísticos del siglo XX, que apuntaban a racionalizar las megápolis, ordenar la circulación y crear espacios para la participación. Entre los más exitosos estuvieron el monobloque habitacional Cité radieuse de Marsella (1945-1952), y la ciudad india de Chandigarh (1951-1965) ambas levantadas por Le Corbusier. Entre los más polémicos estuvo la Brasilia de Niemayer, que antes de ser inaugurada ya estaba rodeada de sus propias favelas.

A pesar de las diferencias en su concepción, todavía se trataba de estructuras pensadas a escala humana, edificios gigantes que “apenas” albergaban algunos miles de personas. Tampoco eran desmesurados los proyectos como Broadacre City (Lloyd Wright, 1932), Old Man’s River City (Buckminster Fuller, 1971) y Arcosanti, la “ciudad ecológica” de 1969 que levantó Paolo Soleri en Arizona.

Algunos urbanistas no dejaron de observar entonces que las megaestructuras eran algo que ya se estaba formando por su propia inercia. La fusión que se estaba produciendo entre ciudades aledañas iba configurando un continuo urbano de enorme extensión que Constantinos Dioxadis llamó Ecumenópolis. Pero este esquema también tenía su precedente literario; Isaac Asimov, en la novela Las cavernas de acero (1954) había imaginado así una Nueva York futura que cubría toda la costa Este.

Sobre mediados del siglo, la tecnología ya parecía alentar a los arquitectos y urbanistas a imaginar megaestructuras. No se trataba simplemente de concebir obras de un volumen inédito. El desafío era meter todas las funciones de una ciudad en un solo edificio autosuficiente, o ensamblar módulos simples para construir cuerpos que fueran capaces de crecer sin límites.

De hecho, ya se estaba abandonando el paradigma de la centralización y se comenzaba a pensar en términos de redes. El mismo cambio de paradigma se estaba dando con las computadoras, cuando se dejó de imaginar máquinas cada vez más desmesuradas para comenzar a tender redes de infinitos módulos.

El tema de las megaestructuras ha vuelto a ponerse de moda recientemente gracias al National Geographic Channel. Pareciera haber ocurrido un salto de escala en la competencia por hacer el rascacielos más alto, la versión capitalista de la Torre de Babel. Los records no dejan de caer y por ahora se mantiene en primera línea el proyecto de la Torre Biónica, a levantarse en Shanghai o Hong Kong, con 300 pisos y 1228 metros de alto. ¿Sobrevivirá a la recesión mundial?

MUNDOS A MEDIDA
Quienes se atreven a dar el paso siguiente ya no tratan solamente de remodelar la Tierra; se meten con el cosmos. Se diría que éste es el terreno donde prefieren moverse los escritores más audaces de la ciencia ficción; pero de hecho, la mayoría de sus fantasías fueron engendradas, antes y después de ellos, por científicos profesionales. Uno de los primeros que imaginaron la construcción de un planeta artificial de varios kilómetros de diámetro fue el biólogo John D. Bernal, en El mundo, el demonio y la carne, escrito nada menos que en 1929.

Entre los planetas artificiales más famosos se cuentan las colonias espaciales que propuso el físico Gerard K. O’Neill en 1978. O’Neill recomendaba poner en órbita enormes cilindros capaces de rotar para tener gravedad artificial. Tendrían climas a medida y servirían de hábitat a comunidades de colonos, unidos por sus afinidades específicas, como en una verdadera utopía.

Muy populares entre los escritores de ciencia ficción fueron los planetoides L–5, llamados así por estar situados en los cinco puntos de Lagrange de la órbita lunar, esos que ofrecen condiciones de estabilidad para colgar una base permanente. Otra estructura que parece ser factible es el ascensor espacial, una columna flexible anclada en tierra, que llegaría hasta un satélite geosincrónico y permitiría eliminar los trasbordadores espaciales. Arthur C. Clarke lo usó en Fuentes del Paraíso (1979) y Kim Stanley Robinson homenajeó a Clarke en Marte Rojo (1993). Pero la idea había sido propuesta hace un siglo por Konstantin Tsiolkowski, el apologista ruso de la astronáutica.

Los planetas artificiales no fueron patrimonio exclusivo de los escritores de “ciencia ficción dura”, como Larry Niven, Jerry Pournelle o Iain M. Banks; también atrajeron a escritores más especulativos como Robert Silverberg, Greg Bear y William Gibson. Uno de los más célebres cilindros habitados fue la nave extraterrestre que imaginó Arthur Clarke para Encuentro con Rama (1973) y otras historias.

LOS ASTROINGENIEROS
Cuando pasamos al siguiente nivel de magnitud, ya se hace necesario hablar de “giga” o “tera” estructuras. Algunas de las más famosas son las “esferas de Dyson”, que propuso y defendió en 1959 un físico de renombre como Freeman Dyson. Como siempre, la filiación de la idea era compleja. Ya la había esbozado el filósofo Olaf Stapledon en una obra de ficción, El hacedor de estrellas (1937), en la cual rendía explícitamente homenaje a J.D.Bernal, que la había propuesto antes.

Dyson concibió varias estructuras destinadas a aprovechar al máximo la energía irradiada por el Sol. Propuso situar en órbita terrestre una esfera de polvo y detritos que interceptara la luz y retuviera hasta el último ergio de la energía solar. Podía construírsela con materiales extraídos del cinturón de asteroides o bien de Júpiter. Otras variantes del mismo modelo eran la “esfera de gasa”, una película esférica que sólo sería habitable en el ecuador, o las “matrioshkas”, un sistema de esferas concéntricas. El esquema lo había concebido el astrónomo W. B. Klemperer en 1962 en forma de “roseta”: un sistema de varios planetoides girando en la misma órbita.

Dyson pensaba que si había civilizaciones extraterrestres en algún momento alcanzarían esta etapa y en ese caso sería fácil detectarlas. Hasta hoy no han dado señales de vida. El otro modelo era una esfera sólida que tuviera el diámetro de la órbita terrestre. Su cara interior, una vez “terraformada”, podía llegar a hacerse habitable para cien trillones de personas, con miles de civilizaciones y millones de ecologías. Aquí, ya no sólo se fantaseaba con una tecnología digna de los dioses, sino con la infinita (y discutible) proliferación de nuestra especie.

Dan Alderson, un científico espacial, imaginó el “disco de Alderson” o “rueda de Dios”. Era el sueño de la Tierra plana: un disco con un diámetro equivalente a la órbita marciana, que estaría habitado sobre ambas caras. Al matemático y escritor Larry Niven le debemos los “halos planetarios”, anillos como los de Saturno pero sólidos y en rotación, con una estrella (o dos, formando un sistema binario) en el centro. Niven también imaginó la “topópolis”, un larguísimo tubo giratorio que sus aficionados conocen como “espagueti cósmico”.

Todas estas fantasías han servido de marco para novelas, películas y hasta juegos. Pero la atracción que ejercen sobre algunos parece venir del prestigio que le dan la jerga científica y la fama de sus creadores. No son más que ficciones, pero paradójicamente parecen reforzar la confianza infinita que sus adeptos depositan en la tecnología, aun después de Hiroshima y Chernobyl.

En su momento de mayor auge, los libros del periodista científico Adrian Berry fueron la máxima expresión de esta omnipotencia. El más famoso fue Los próximos diez mil años (1973). Berry pertenecía a una verdadera elite de divulgadores, y sus ideas tenían mucho en común con las de Carl Sagan. Lo respaldaban científicos norteamericanos como Freeman J. Dyson y Gerard O’Neill, y el soviético Kardashev, que también se interesaba por las civilizaciones extraterrestres. Entre los británicos, estaban el físico Iain K. M. Nicolson y el astrónomo Patrick Moore; el primero escribía ciencia ficción y el segundo la execraba, pero no dejaba de incurrir en ella.

Movido por un entusiasmo que tan lejano parece hoy, Berry quería convertir la Luna en una fábrica, remodelar Marte y Venus para hacerlos habitables, crear planetas artificiales, y desmantelar Júpiter para construir una “esfera de Dyson” donde nuestro descendientes gozarían de energía sin límites. En el largo plazo quería vencer a la degradación entrópica del universo para someter al cosmos al dominio de una especie humana convertida en dios omnipotente.

En una reseña que hizo para The New Society, el escritor J. G. Ballard se ocupó del libro de Berry. Cualquiera hubiera imaginado que un autor venido del campo de la ciencia ficción resultaría sensible a esas fantasías, pero su juicio fue lapidario. Según Ballard, libros como éste eran una nueva especie de novela, “más que un libro, una banda sonora, un himno de alegría”. Parecía como si “la ciencia todavía intentara darle alcance a la ciencia ficción, con ideas extravagantes y exageradas, carentes de toda dimensión humana”.

El filósofo Paul Virilio fue un poco más duro, cuando opinó que “nos estaban tomando el pelo”.

Extraído de: Periódico Página 12; Sábado, 3 de Enero de 2009
URL: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/futuro/13-2068-2009-01-03.html

martes, 3 de febrero de 2009

Calendario por Sesiones

martes, 3 de febrero de 2009 0
INTRODUCCIÓN
Sesión 1
Tema: Presentación del curso. Lectura del programa.
Sesión 2
Tema: El lugar del futuro en la estructura de la conciencia del tiempo.
Lectura: “En busca de una definición”, en Raymond Trousson, Historia de la literatura utópica, pp. 35-55.

PARTE UNO: UTOPÍAS DEL RENACIMIENTO
Sesión 2
Tema: Fuentes del pensamiento utópico moderno.
Lectura: Tomás Moro, Utopia, Capítulo II.
Tema: Los orígenes de la ciencia moderna y su influencia en el pensamiento utópico.
Lecturas: Francis Bacon, Nueva Atlántida.
Sesión 3
Tema: La sátira utópica.
Lecturas: Jonathan Swift, Los viajes de Gulliver, Capítulo IV.

PARTE DOS: UTOPÍAS DE LA ERA INDUSTRIAL
Sesión 4
Tema: El pensamiento utópico liberal.
Lectura: Immanuel Kant, Proyecto para una paz perpetua.
Sesión 5
Tema: Socialismo utópico y socialismo científico.
Lectura: Karl Marx y Friedrich Engels, Manifiesto comunista.
Sesión 6
Tema: El pensamiento utópico posterior a la revolución industrial.
Lectura: Oscar Wilde, The Soul of Man under Socialism.
Sesión 7
Actividad: Análisis de película número 1

PARTE TRES: EL DESENCANTO DE LA UTOPÍA
Sesión 8
Tema: El pensamiento utópico y la crítica de la idea de progreso.
Lectura: Herbert George Wells, The Time Machine.
Sesiones 9 y 10
Tema: El pensamiento utópico y la crítica del totalitarismo.
Lectura: George Orwell, Ninety Eighty-Four (1984).
Sesiones 11 y 12
Tema: El pensamiento utópico y la crítica de la tecnocracia.
Lectura: Aldous Huxley, Brave New World.
Sesión 13
Tema: El cyberpunk y la utopía en un no-lugar: el ciberespacio.
Lectura: William Gibson, Neuromante.

PARTE CUATRO: TENDENCIAS ACTUALES DEL PENSAMIENTO UTÓPICO
Sesión 14
Actividad: Análisis de la película Número 2.
Sesión 15
Tema: Conclusiones (II) El futuro ambiental del planeta Tierra.
Lecturas: Kauffman & Harries. “Las consecuencias de la extinción en masa”; Brown, Flavin & Postel, “Picturing a Sustainable Society”.

Programa.

UNIVERSIDAD DEL ROSARIO
ESCUELA DE CIENCIAS HUMANAS (Ciclo básico)
Pensamiento utópico

Justificación
Ahora, cuando apenas comienza el tercer milenio, el futuro parece ofrecernos un doble rostro: en uno de ellos están inscritos los rasgos de la esperanza; en el otro, los del miedo. ¿Cuál de ambos prevalecerá? Nadie puede saberlo con certeza. La evolución histórica es un proceso complejo e inacabado, y aunque más o menos sabemos cómo hemos llegado a estar donde estamos, del futuro sólo sospechamos que será muy diferente al presente que nos ha tocado vivir. Pero aunque el futuro no es previsible, sus principales rasgos genéricos son susceptibles de una anticipación aproximada. Este curso se ocupa del problema de la proyección del futuro con base en el manejo de supuestos y la consideración de variables, a través del estudio de textos pertenecientes a la tradición del género utópico.
Teniendo en cuenta que, como decía Leibniz, “el presente está grávido de futuro”, y que las utopías y las distopías hacen las veces de laboratorios mentales para el cálculo de la evolución probable de la sociedad, el curso se centra en el examen de preguntas como: ¿Qué significa proyectar el futuro? ¿Qué variables hay que tener en cuenta para ello? ¿Qué peligros entraña el diseño y la proyección de sociedades perfectas, o, por lo menos, mejores que las actuales? ¿Cómo calcular los efectos posibles de nuevas tecnologías, nuevas formas de percepción o nuevas tendencias sociales? ¿Qué utilidad tiene la proyección del futuro para el diseño de políticas públicas? La exploración de estas preguntas mediante el estudio de textos utópicos ofrece a los estudiantes una excelente ocasión para aplicar las herramientas de análisis y los conocimientos adquiridos en las asignaturas previas del ciclo básico y en los cursos paralelos de cuarto semestre.

Objetivos
(a) Explorar las dificultades que suscita el intento de proyectar racionalmente el futuro de la sociedad.
(b) Hacer ejercicios de análisis de problemas a partir de la lectura de las utopías seleccionadas para el curso.

Logros
Además de los logros relativos al adiestramiento en la escritura de textos académicos y al desarrollo de habilidades de expresión oral, el curso será el escenario de debates que les permitirán a los estudiantes hacer un ejercicio de aplicación del bagaje conceptual y cultural ganado en sus estudios de ciclo básico.

Metodología
Durante las clases se alternará el análisis de los textos asignados con exposiciones de los estudiantes y con mesas redondas para el debate conjunto de los temas más polémicos; fuera de clase, se dará apoyo a los estudiantes para sortear las dificultades que se presenten en la comprensión del tema, en la preparación de las exposiciones o en la elaboración de los trabajos escritos.

Formas de evaluación
En este curso habrá seis (6) notas: dos ensayos de opinión (15% c/u), una exposición [acompañada de un trabajo] (20%), dos escritos publicados en la herramienta web (10% c/u) y un diseño utópico (25%). El 5% restante se sacará de participación y asistencia, tanto en las clases presenciales como en la herramienta web.

Bibliografía

Bibliografía Básica

  • Aristóteles. Política.
  • Bacon, Francis. New Atlantis.
  • Bellamy, Edward. Looking Backward: 2000-1887.
  • Bradbury, Ray. Fahrenheit 451. The Martian Chronicles.
  • Butler, Samuel. Erewhon.
  • Cabet, Etienne. Voyage en Icarie.
  • Campanella, Tomasso. La Ciudad del Sol.
  • Fourier, Charles. Le Nouveau Monde industriel et sociétaire.
  • Golding, William. Lord of the Flies.
  • Houellebecq, Michel. La posibilidad de una isla.
  • Huxley, Aldous. Brave New World. Island.
  • Kant, Immanuel. Proyecto para una paz perpetua.
  • Le Guin, Úrsula. The Dispossessed.
  • Marx, Karl y Friedrich Engels. Manifiesto Comunista.
  • Moro, Tomás. Utopia.
  • Morris, William. News from Nowhere.
  • Orwell, George. Ninety Eighty-Four. Animal Farm.
  • Platon. República. Critias.
  • Rousseau, Jean Jacques. Emile ou l’Education.
  • Skinner, Frederick Barrhus. Walden Two.
  • Swift, Jonathan. Gulliver’s Travels.
  • Vonnegut, Kurt. Galápagos. Cuna de gato.
  • Wells, H. G. The Time Machine. Cuando el dormido despierte.
  • Wilde, Oscar. The Soul of Man under Socialism.
  • Zamiatin, Evgueni. Nosotros.

Textos complementarios:

  • Bauman, Zygmunt. Modernidad líquida. México: Fondo de Cultura Económica, 2002.
  • Bauzá, Hugo Francisco. El Imaginario clásico: Edad de Oro, Utopía y Arcadia. Compostela: Universidad de Santiago, 1993.
  • Beck, Ulrich. La sociedad del riesgo. Barcelona: Paidós, 2000.
  • Bloch, Ernst. The Principle of Hope. Boston: The MIT Press, 1995. Three-volumes.
  • Buber, Martin. Paths in Utopia. New York: Syracuse University Press, 1996.
  • Ciorán, E. M. Historia y Utopía. Barcelona: Tusquets Editores, 1988. Trad. Esther Serigson.
  • Dery, Mark. Velocidad de Escape: La Cibercultura en el Final de Siglo. Madrid: Ediciones Siruela, 1998.
  • Fourier, Charles. Vers la liberté en amour. Paris: Gallimard, 1975.
  • Friedman, Yona. Utopies réalisables. Paris: Union Générale d’Éditions, 1975.
  • Hobsbawm, Eric. Historia del Siglo XX: 1914-1991. Barcelona: Editorial Grijalbo Mondadorri, 1995.
  • Ímaz, Eugenio. “Topía y Utopía.” En Utopías del Renacimiento. México: Fondo de Cultura Económica, 1987.
  • Lacroix, Jean-Yves. Utopie et philosophie. Un autre monde possible ? Paris: Bordas, 2004.
  • Mannheim, Karl. Ideology and Utopia. New York: Harcourt Brace Jovanovich, 1985.
  • Manuel, Frank E. (comp). Utopías y Pensamiento Utópico. Madrid: Espasa Universitario, 1982.
  • Mattelart, Armand. Historia de la utopía planetaria. Barcelona: Paidós, 1997.
  • Mumford, Lewis. The Story of Utopias. Boston: Viking Press, 1962.
  • Noble, David. La religión de la tecnología. Barcelona: Paidós, 1999.
  • Pérgolis, Juan Carlos. Las Otras Ciudades. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 1995.
  • Ricœur, Paul. L'Idéologie et l'Utopie. Paris: Éditions du Seuil, 1992.
  • Roszak, Theodore. The Cult of Information. New York: Pantheon Books, 1986.
  • Schaer, Roland, Gregory Claeys & Lyman Tower Sargent (eds.) Utopia: The Search for the Ideal Society in the Western World. New York: Oxford University Press, 2000.
  • Schmidt Osamanczik, Ute. Platón y Huxley Dos Utopías. México: Universidad Autónoma de México, 1976.
  • Servier, Jean. Historia de la Utopía. Caracas: Monteávila Editores, 1969. Trad. Pierre de Place.
  • Trousson, Raymond. Historia de la Literatura Utópica. Barcelona: Ediciones Península, 1995.

Artículos recomendados:

  • Brinton, Crane. “Utopia and Democracy”, in Frank Manuel (ed.) Utopias and Utopian Thought, Boston: Beacon Press, 1971, 50-68.
  • Browm, Lester, Christopher Flavin and Sandra Postel. “Picturing a Sustainable Society”, in State of the World, New York: W.W. Norton, 1990, 173-190.
  • Casey, Edward. “Imagining and Remembering”, in Spirit and Soul, Dallas: Spring Publications, 1991, 136-154.
  • Eliade, Mircea. “Paradise and Utopia: Mythical Geography and Eschatology”, in Frank Manuel (ed.) Utopias and Utopian Thought, Boston: Beacon Press, 1971, 260-280.
  • Gadamer, Hans-Georg. “Sobre la planificación del futuro”, en Verdad y método, Vol. II, Salamanca: Sígueme, 1992, 153-169.
  • Kauffman, Erle & P.J. Harries. “Las consecuencias de la extinción en masa”, en Jordi Agustí (ed.), La lógica de las extinciones, Barcelona: Tusquets, 1993, 199-217.
  • Kumar, Krishan. “Aspects of the western utopian tradition”, in History of the Human Sciences, 2003, 16(1): 63-77.
  • Lovelock, James. “El segundo hogar”, en Las edades de Gaia, Barcelona: Tusquets, 1993, 199-217.
  • Maynard Smith, John. “Eugenics and Utopia”, in Frank Manuel (ed.) Utopias and Utopian Thought. Boston: Beacon Press, 1971, 150-168.
  • Nebel, Bernard & Richard Wright. “Estilos de vida y sostenibilidad”, en Ciencias ambientales, México: Prentice Hall, 1999, p. 605-628.
  • Pierce, John. “Communications Technology and the Future”, in Frank Manuel (ed.) Utopias and Utopian Thought, Boston: Beacon Press, 1971, 169-180.
  • Santos, Boaventura de Sousa. “El Norte, el Sur y la Utopía”, en De la mano de Alicia, Bogotá: Siglo del Hombre Editores, 1998, 369-456.
  • Santos, Boaventura de Sousa. “No disparen sobre el utopista”, en Crítica de la razón indolente, Bilbao: Desclée de Brouwer, 2003, 375-437.
  • Schérer, René. “Arte y utopía en la plástica contemporánea”, en Adolfo Chaparro (ed.), Los límites de la estética de la representación, Bogotá: Editorial Universidad del Rosario, 2006, 140-158.
  • Tillich, Paul. “Critique and Justification of Utopia”, in Frank Manuel (ed.) Utopias and Utopian Thought, Boston: Beacon Press, 1971, 296-309.
  • Veak, Tyler & Wyatt Galusky. “Global Environmental Problems Require Global Solutions”, in Bulletin of Science, Technology and Society, December 1999, 19(6): 532-538.
  • Villoro, Luis. “El pensamiento disruptivo: la utopía”, en El poder y el valor, México: Fondo de Cultura Económica, 1998, 199-221.
 
Propuestas Utópicas. Artículos.. Design by Pocket